En el laberinto del poder, donde las sombras se mezclan con la luz de la democracia, hoy Colombia se encuentra bajo la amenaza de un presidente que parece empecinado en destruir las bases mismas de nuestra sociedad.
01 de julio 2024
Gustavo Petro, con su paranoia desbordada y su sed insaciable de control, ha demostrado que está dispuesto a usar todos los medios a su alcance para silenciar a quienes osan desafiar su mandato. La última gota que colma el vaso de su tiranía es la denuncia de interceptaciones ilegales a los magistrados, un acto que no solo vulnera la privacidad de los afectados, sino que también socava los cimientos de nuestra justicia y democracia.
Petro, delirante y resentido, parece haber olvidado que gobierna una democracia y no un feudo personal. Su afán por imponer su voluntad a toda costa, desconociendo el orden institucional y constitucional, revela un desprecio alarmante por las reglas de juego que sustentan nuestra sociedad. Utilizando el poder del Estado como un martillo, ha decidido intimidar, perseguir y ahora chuzar a aquellos que se atreven a pensar diferente, erosionando con cada golpe la confianza pública en nuestras instituciones.
La popularidad de su gobierno se desploma, mientras el rechazo crece como una ola imparable. Petro, aislado y desconectado de la realidad, vive en un constante delirio de persecución. Su mente distorsionada imagina un golpe blando que solo existe en su cabeza, una fantasía que utiliza para victimizarse y justificar sus atropellos. En lugar de gobernar con sensatez y rectitud, Petro ha optado por seguir el manual de los autócratas, fomentando el miedo y la división para mantenerse en el poder.
Es en este contexto de paranoia desbordada que se da la gravísima denuncia del magistrado Jorge Enrique Ibañez, quien ha revelado que su teléfono está intervenido por operaciones de inteligencia del Gobierno. Este escándalo de las chuzadas, evidencia hasta qué punto Petro está dispuesto a llegar para aplastar a sus opositores. Los magistrados, guardianes de la Constitución y freno a los excesos del Ejecutivo, se han convertido en un obstáculo para su agenda reformista e ideologizada. Petro, con la sutilidad de un elefante en una cristalería, ve en ellos enemigos a ser eliminados, no garantes en la construcción de un mejor país.
Para llevar a cabo esta persecución, Petro ha recurrido a un viejo socio y compañero de armas del M-19, Carlos Ramón González, ahora director del Departamento Nacional de Inteligencia. González, con un perfil peligroso y simpatías cercanas a los regímenes de Cuba y Venezuela, maneja hoy todo el aparato de inteligencia del Estado. Su misión parece clara: vigilar, intimidar y neutralizar a los críticos del gobierno. Este siniestro panorama nos acerca cada vez más a los métodos represivos que caracterizan a las dictaduras latinoamericanas.
Pero la embestida de Petro no se limita a los magistrados y opositores políticos. La prensa libre, pilar fundamental de cualquier democracia, también ha sido blanco de su ira. En un eco de los regímenes de Cuba y Nicaragua, el gobierno de Petro estigmatiza, señala y persigue a periodistas críticos. El presidente, que se debería ser el garante de los derechos y libertades de los colombianos, ha optado por amordazar a la prensa, descalificándola con epítetos como «periodismo Mossad» o paramilitar. Este antisemitismo velado y su intolerancia manifiesta muestran su verdadero talante dictatorial.
La libertad de prensa no es un lujo, sino una necesidad imperiosa en una democracia. Sin una prensa libre, no hay transparencia, no hay rendición de cuentas, y, en última instancia, no hay libertad. Petro, al acallar las voces disidentes, está mutilando uno de los pilares de nuestra sociedad. Sus acciones no solo son inaceptables, sino que constituyen una amenaza directa a nuestra democracia.
Colombia merece un liderazgo que respete y valore su diversidad de opiniones, que proteja a sus ciudadanos y que actúe con transparencia y responsabilidad. Petro, con sus chuzadas, censuras e intimidaciones, está pintando el retrato de un dictador. Es momento de que todos los colombianos, unidos en defensa de nuestra democracia, digamos basta. No más chuzadas, no más censuras, no más intimidaciones, el futuro de la democracia colombiana depende de ello.